
Einstein, el pacifista detrás de la bomba
Published on October 19, 2022
¿Alguna vez te has preguntado qué llevó a uno de los genios más grandes de la humanidad, y un pacifista, a propiciar la creación de uno de los artefactos más destructivos que se han producido?
Pablo A. Ruz Salmones – SEO, X eleva Group
El 2 de agosto de 1939, Einstein firmó una carta (que no escribió él, sino el físico húngaro Leó Szilárd) dirigida al entonces presidente de los Estados Unidos, Franklin D. Roosevelt, en donde se le advertía de la posibilidad de crear reacciones nucleares en cadena, que dichas reacciones podían ser utilizadas en bombas increíblemente destructivas y que los alemanes habían parado toda exportación de uranio de las minas de Checosolovaquia. Por ende, sugería a Roosevelt que Estados Unidos tomara las medidas necesarias para generar investigaciones alrededor de estas reacciones y almacenar uranio lo más pronto posible.
La realidad es que Einstein no tuvo una relación directa con el llamado “Proyecto Manhattan”, que inició en 1942, y que culminó con la creación de las bombas atómicas. Aún así, Einstein se arrepintió de haberle escrito dicha carta a Roosevelt después de que Estados Unidos liberara las bombas de Hiroshima y Nagasaki (que por cierto, hay varios autores que mencionan que esas bombas no fueron las responsables de la rendición de Japón, sino la declaración de guerra del Ejército Rojo). De hecho, en una entrevista llevada a cabo por la revista Newsweek, escribió: “de haber sabido que los alemanes no lograrían el desarrollo de una bomba atómica, no habría hecho nada” [refiriéndose a firmar la carta de 1939].
En cualquier caso, el involucramiento indirecto de Einstein con la creación de la bomba, así como su posterior arrepentimiento, nos hacen cuestionarnos algunos de los dilemas éticos más importantes en el desarrollo de la tecnología y de la ciencia.
¿Qué responsabilidad juegan los científicos y los tecnólogos alrededor del uso y descubrimiento de tecnologías que posteriormente pueden ser utilizadas para armas? Lo que es más, ¿es algo que se puede prevenir o regular?
De hecho, X eleva ha sido invitada a participar en proyectos bélicos, por ejemplo, que aunque podrían haber sido contratos “jugosos”, la empresa se negó a participar, precisamente porque desconocíamos en qué artefactos bélicos se usaría la tecnología a desarrollar.
Pero esa decisión que X eleva tomó, no siempre es igual de fácil. En nuestro caso, lo único que teníamos que perder era el contrato, pero durante la Segunda Guerra Mundial, lo que se podía perder era el mundo entero. Aunque ponerse en los zapatos de Einstein es casi imposible, al igual que intentar ponerse en los de Fermi o cualquier otro de los científicos que participaron, directa o indirectamente, en la creación de la bomba atómica y en el Proyecto Manhattan, la sensación de “aplastar o ser aplastado” generalmente es la que impera en época de guerra.

Después de la Segunda Guerra Mundial e incluso en tiempos de “paz” (guerra fría), esa sensación se convirtió en el día a día de las personas, y muchos de los científicos que participaron en el Proyecto Manhattan, se convirtieron en defensores de la paz, como el caso de Robert Oppenheimer.
Por ejemplo, Margaret Thatcher, en su libro “The Downing Street Years”, defendió su postura de disuación nuclear, que se basa, someramente, en los siguientes principios:
- No puedes “desinventar” lo que ya se inventó. En otras palabras, no podemos ir para atrás. La bomba ya existe.
- La bomba atómica es responsable de disuadir las grandes guerras. En otras palabras, no hay guerras “importantes” por miedo a una aniquilación total.
- Así pues, para prevenir que alguien “indeseado” replique la bomba atómica y asegurar que no habrá grandes guerras, vale la pena mantener los arsenales nucleares.
Este pensamiento ha sido validado por algunos, y puesto en evidencia como falso por otros porque, por ejemplo, la creación de la bomba atómica, si bien ha evitado guerras directas entre las grandes potencias, ha creado las llamadas guerras “proxy”; es decir, donde dos grandes potencias sí se pelean, pero en una nación distinta (Vietam, Afganistán, Siria, Ucrania… la lista es interminable).
Aún más, hay una realidad innegable: más allá de si es Putin, Kim Jong-Un, o alguien como Trump, hoy existe el riesgo de que nosotros mismos causemos nuestra extinción total con pulsar un botón.
Thatcher tenía razón al decir que era imposible “desinventar” la bomba atómica, pero quizá, sólo quizá, sea posible regularla, y lograr su desaparición. Un caso que podría servir como base es la clonación humana; técnicamente posible, pero prohibida y regulada hasta lo más profundo de los sistemas legales.
Pero la desconexión existente entre la élite científica y la élite política, además de la gran cantidad de dinero que existe en la industria armamentista, lo hace poco probable. Para todos aquellos que creamos tecnología y ciencia, quizá valga la pena recordar que incluso años después de una simple carta, uno de los genios más grandes de la humanidad se arrepintió de haber contribuido – mucho o poco, eso cada quien lo juzgará – en un fragmento vergonzoso de la historia de la humanidad.
Lo que sin duda es cierto, es lo que dijo Robert Oppenheimer después del 16 de julio del 1945, cuando detonó la primera bomba atómica de la historia en los tests llevados a cabo en Nuevo México: “esperamos hasta que la explosión hubiera pasado, caminamos fuera del refugio y luego el ambiente fue solemne. Sabíamos que el mundo no volvería a ser igual. Algunos se rieron, otros lloraron. La mayoría guardó silencio”.
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