
Inteligencia Artificial: ¿Mi computadora piensa?
Published on June 20, 2022
Con los avances más recientes de la inteligencia artificial ya no estamos tan seguros de ser los únicos seres que “piensan”. Por vez primera, las computadoras se operan a sí mismas; no nos necesitan.
Pablo A. Ruz Salmones – CEO, X eleva Group
Todo nuestro mundo está construido bajo una simple premisa específica que comenzó a tomar mucho mayor sentido desde la modernidad: somos los únicos seres que podemos hacer uso de un elemento que nos caracteriza de lo divino y lo mundano: la razón.
Pensar es una de esas cosas que, según nosotros, nos hace únicos. Después de todo, la definición más filosófica del “ser humano” es “animal político” como decía Aristóteles, aquel que mediante el logos puede construir una comunidad, utilizar la razón para construir, discernir, gobernar y pensar la vida.
Gracias a esta peculiar forma de pensar y ordenar el mundo, el ser humano también fue capaz de pensarse a sí mismo, su lugar en él, sus capacidades y posibilidades. Del pensamiento racional surge la cultura (morada racional del ser humano en la que se da a sí mismo su propia naturaleza) donde la tecné o técnica hacen la ciencia y el arte.
Para crear arte, necesitamos imaginar (una cierta forma de pensamiento); para hacer ciencia sistematizar y formalizar; para ser espirituales, necesitamos creer en algo que está más allá (pensar en Dios). Detrás de todo cuanto somos, está la razón.
“Pienso, luego existo” decía Descartes como evidencia de que utilizamos la razón para dudar de todo e inclusive de nuestra existencia reflejando que esa es la esencia de la existencia humana, o parafraseando a Santo Tomás: es por nuestro entendimiento que decimos que estamos hechos a imagen de Dios.
Cambio de reglas
No obstante, con los avances más recientes de la computación, en donde una inteligencia artificial puede tener una conversación con nosotros, donde es imposible distinguir entre una pintura elaborada por una computadora y una elaborada por una persona, donde hay robots que ofician misa, de pronto ya no estamos tan seguros de ser los únicos seres que “piensan” de una manera tan única. Por vez primera, las computadoras se operan a sí mismas; no nos necesitan.
Ante la expresión “inteligencia artificial”, ante la idea de que una computadora piense o pueda llegar a pensar y que nosotros fuimos quienes mediante el uso de la razón creamos ese fino sistema de decodificación y retroalimentación del mundo, surge la tragedia de la cultura, de nuestra cultura, porque sus fundamentos parecen amenazarnos con venirse encima nuestro.

Ya nos lo adelantaba en el siglo XIX (alrededor de 1880), Eduardo L. Holmberg en su cuento “Los autómatas”, donde se preguntaba qué sería de nosotros cuando no pudiéramos distinguir entre una persona y un autómata (hoy computadoras).
Luego, a mediados del siglo XX, una pregunta similar a la de Holmberg fue llevada al ámbito científico por Alan Turing, en lo que hoy es conocido como “La Prueba de Turing”, donde – burdamente hablando – se establece que si una computadora es capaz de “engañar” a un humano haciéndolo creer que puede pensar, entonces puede pensar.
Todas esas amenazas que el ser humano en sociedad puede avistar en el horizonte y que no esperaba que sucedieran forman parte de lo que Anthony Giddens llama las consecuencias no buscadas de la acción. Hoy, en el siglo XXI, hace apenas unos días, salió a la luz la noticia de que un ingeniero de Google decía que una Inteligencia Artificial llamada LaMDA podía pensar y sentir.
¿Pensar significa inteligencia?
La realidad es que estamos frente a una trampa del lenguaje. Cuando decimos que una computadora “piensa” de inmediato asumimos que significa que lo hace igual o mejor que un ser humano. Pero esto no es así.
Quizá sea tiempo de preguntarnos si no hay varias formas de pensar y varias formas de sentir. Después de todo, cuando observamos ciertas expresiones y fenómenos individuales o colectivos que no forman parte de una coartada lógica, sistematizada y ordenada, lo ligamos al aspecto irracional; pensemos en las emociones, la religión y la naturaleza, pero utilizando ese lenguaje sistematizado. Por ejemplo, cuando decimos que “la naturaleza es sabia” y que “tal persona es sabia”, evidentemente no nos referimos al mismo tipo de sabiduría, aunque la palabra es la misma y evoca, eso sí, un “sentimiento” similar en ambos casos.
Bajo esta luz, podemos entender que las computadoras sí “piensan”, pero a su manera y en su propio lenguaje. Entendamos también que somos nosotros quienes estamos adjudicándole el término “pensar” a la computadora, pues lo mismo hicimos con el mundo y aquello que no conocíamos: lo categorizamos a partir de la razón para darle un sentido. Es nuestra razón y lenguaje, por el momento no tenemos otra mejor manera de hablar de ello que traerlo a nuestro acervo de conocimiento y seguir perpetuando lo ya construido por nosotros.
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